El hambre no entiende de aislamiento

Cumplimos el primer mes de cuarentena y sus consecuencias se han hecho notar. A nivel nacional vemos como mueren indígenas y comunidades afro, porque son estos quienes no gozan de condiciones dignas, ni siquiera para enfermar. Lxs más desfavorecidxs han pagado con su vida la cuenta de cobro que ha pasado una pandemia que fue traída por los privilegiados de este lado del mundo. Observamos que las líneas de atención a la mujer colapsan con llamadas que, tristemente constatan que el patriarcado y el machismo no han perdido fuerza. Nos llenamos de noticias trágicas y desalentadoras que aumentan nuestra incertidumbre, agudizan nuestros miedos y acrecientan nuestra ansiedad.

En las redes sociales se esparce un virus que parece ser mucho más peligroso que el covid-19;  es la ignorancia y la estupidez que es contagiada y alimentada por el mundo de la farándula y los privilegios burgueses.

A nivel local, por todos los puntos cardinales de la ciudad,  las calles  se visten con “trapos” rojos, que no son más que la alfombra roja por la que transita la pobreza y la miseria; demostrando así, que la tasa de pobreza real es mucho mayor a la que las estadísticas presentan.

En la ciudad “incluyente y diversa”,  rige la medida de pico y género. Se obliga a las personas trans y no binarias a encajar en un estereotipo y una categoría (hombre o mujer). Aumentan los casos de violencia y discriminación hacía la comunidad LGBTIQ, en donde el cuerpo policial es el principal victimario. En la zona de tolerancia de Bogotá se intensifican los desalojos de los llamados “pagadiarios”, donde los principales afectados son los “inmigrantes” y las comunidades desplazadas por el conflicto armado interno.

En las periferias se alzan barricadas que expresan dignidad y solidaridad entre vecinos y amigos; las cuales son acalladas con violencia y represión. Sin duda alguna, este período de crisis económica y sanitaria nos lleva a re-pensarnos nuevas formas de vivir con el/la de al lado, de construir y tejer lazos de afecto, solidaridad y camaradería.

Estos tiempos nos han llevado a  reafirmar que la máquina estatal necesita más de nosotros que nosotros de ella; sin duda alguna, es tiempo para pensar en autonomía y emancipación.